domingo, 12 de mayo de 2013

El cerebro maternal

Es algo que todas las madres del mundo ya sabíamos, sabemos que existe algo especial, invisible, que nos une a nuestros hijos por y para siempre. Algo que nada ni nadie puede compartir por más que algunos se obcequen en negarlo, igualando al cien por cien el papel materno y paterno. No, no somos iguales. En este caso somos infinitamente superiores, porque la maternidad es algo trascendente, mágico, que ellos no pueden compartir.

Yo sabía que había algo diferente que me uniría para siempre, irremediablemente, de una forma casi física, a mis tres hijos. Sabía que no era normal el hecho de que durante los primeros meses de la vida de mis hijos estuviera en hipervigilancia, que me hacía saltar de la cama a pesar del agotamiento ante el mínimo suspiro de mi bebé, mientras su padre dormía plácidamente. Que durante su crianza, noche tras noche, yo, que no dormía ni dos horas al día, todavía pudiera mecerlos con todo el amor del mundo y una sonrisa en los labios era que algo extraordinario y diferente estaba pasando en mi cuerpo y en mi mente.

No sabía por qué el hecho de amamantarles me producía un placer y una paz especial (después de pasarlo muy mal, que nadie crea que todo es un camino de rosas) ni por qué cuando su mirada y la mía -nunca olvidaré ese mágico momento- se cruzaban, quedaban unidas y encadenadas. Y que necesitaba -cuando ya no podía hacerlo- darles el biberón haciéndolo como si les diera el pecho, piel con piel. Ahora resulta que sesudos científicos han demostrado con sus pruebas de radiodiagnóstico algo que todas las madres del mundo sabemos y que yo desde luego intuía, porque toda nuestra vida cambia cuando eres madre.

Sabía que podría morir y matar por mis hijos, que sería capaz de escalar el Everest, de parar el mundo. Pero no por qué sucedía esto. Ahora me lo han aclarado. Nos lo han aclarado. Nuestro cerebro se transforma cuando nos quedamos embarazadas, cambian sus estructuras cuando somos madres, se prepara para la crianza de la prole. Hay una poción de amor: la oxitocina, que crea el deseo hacia el bebé, que lo mantiene y que establece una relación indestructible, que hace que el apego sea la base de una vida emocional segura y sana para ese niño, al que alimentan las caricias. Sabía que el hecho de tocar, acariciar a mis hijos, de rozar piel con piel, era imprescindible para mí y para ellos. La falta de ese contacto sabemos que hace que millones de neuronas mueran en sus cerebros, y que mis mimos y achuchones harían de mis hijos personas sanas y seguras.

Ahora la ciencia lo ha corroborado; la causa, una revolución hormonal en el cerebro materno: oleadas de oxitocina. Pero, qué quieren, lo sabía mucho antes de que ellos lo descubrieran con sus maravillosas máquinas y experimentos. Lo supe en el primer momento, hace 30, 29 y 24 años, cuando me pusieron a mis hijos sobre mi cuerpo. Cuando sentí su olor, cuando les toqué, cuando abrieron sus ojos y nos miramos. Una oleada de amor que es un tsunami que me arrastró, que me desborda y que me hace inmensamente feliz, sintiendo que es lo mejor, lo que está dando verdadero sentido a mi vida. “La maternidad te cambia porque transforma el cerebro de una mujer, estructural, funcional y en muchas formas, irreversiblemente”. Dicen los científicos. Pero, eso nosotras, ¿verdad?, las madres... ya lo sabíamos http://www.thefamilywatch.org/cos/cos-1243-es.php

1 comentario:

  1. Preciosa descripción de la maternidad. Es verdad que cuando somos madres se completa la madurez de la mujer y los sentimientos son sublimes, sólo comparables con los segundos de unión con Dios en esta vida. Por algo somos cocreadoras con Él.

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