Toda persona que ame el matrimonio debe preocuparse también por los matrimonios de los demás, incluso por los de aquellos que se dejan influir por lo que dicen las leyes y por la mentalidad común, pues toda persona buena no sólo se ocupa de hacer ella el bien sino que se ocupa de ayudar a los demás a que también hagan el bien.
Por otra parte, como se sabe en una sociedad, los valores que transmiten las leyes nos influyen a todos, a nosotros mismos por firmes que sean nuestras convicciones, y a nuestros hijos con mayor razón aún. Y por ello no podemos ser indiferentes a la deriva del matrimonio en nuestra sociedad ni a la preocupación por poner los medios para recuperar en la conciencia colectiva la identificación de los rasgos esenciales del matrimonio y su aprecio.
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